El uso de las redes sociales se ha convertido en una parte esencial de la vida cotidiana, facilitando la comunicación, el acceso a la información y la interacción entre personas de todo el mundo. Sin embargo, esta creciente dependencia también tiene profundos impactos en el comportamiento humano y la salud mental. Desde su llegada a Brasil, Internet y las redes sociales se han popularizado, influyendo en la forma en que nos relacionamos y nos percibimos a nosotros mismos.

Creadas originalmente para unir a las personas y romper barreras geográficas, estas plataformas ahora ofrecen un entorno virtual donde se construye y proyecta una nueva identidad. Sin embargo, esta búsqueda constante de validación e interacción virtual ha provocado un aumento de los diagnósticos de depresión, ansiedad y otros trastornos, especialmente entre los jóvenes. La pandemia de COVID-19 ha intensificado estos efectos, lo que ha llevado a muchos a darse cuenta de la importancia de las relaciones reales y del impacto del aislamiento.
En este escenario, se vuelve urgente comprender las influencias de las redes sociales en la salud mental y conductual de los usuarios, y explorar como Internet, aunque llena de comodidades, también puede actuar como puerta de entrada al desarrollo de trastornos emocionales y conductuales.
La adicción digital está intensificando problemas como la nomofobia (el miedo a estar desconectado) generando ansiedad y malestar. Las redes sociales nos mantienen en un ciclo de comparación constante, donde se idealiza el éxito de los demás, lo que amplifica los sentimientos de envidia e inferioridad. Al observar la vida de los demás a través de una lente distorsionada, donde solo se muestran los momentos felices, muchos jóvenes comienzan a creer que todos son más felices y exitosos, creando un ciclo de autoevaluación negativa.
Plataformas como Facebook e Instagram te permiten observar la vida de los demás a través de una lente distorsionada, donde la realidad se filtra para mostrar solo los momentos positivos. Esta dinámica crea expectativas poco realistas, especialmente entre los adolescentes, que suelen utilizar estas redes para comparar su propia realidad con la de sus pares. Las investigaciones indican que muchos jóvenes creen que los demás son más felices y exitosos que ellos, lo que lleva a un ciclo de autoevaluación negativa.

La dependencia de las redes sociales está vinculada al concepto de modernidad líquida, propuesto por Zygmunt Bauman, que caracteriza las relaciones sociales modernas como frágiles y transitorias. La facilidad con la que es posible crear y destruir una imagen en las redes sociales refuerza esta idea, ya que en cualquier momento alguien puede ser "cancelado" y su reputación virtual destruida. Estos factores contribuyen a una mayor vulnerabilidad emocional, especialmente entre aquellos que ya son propensos a la ansiedad y al miedo al juicio social.
Las investigaciones muestran que la exposición prolongada a las redes sociales también afecta la estructura del cerebro. Un estudio realizado en China reveló que la adicción a las redes sociales altera áreas del cerebro encargadas del control emocional, la toma de decisiones y el autocontrol, similar a los cambios observados en los drogadictos. Esto sucede porque las redes sociales han sido cuidadosamente diseñadas para generar ciclos de refuerzo positivo. Mecanismos como me gusta, notificaciones y seguidores son desencadenantes que mantienen al usuario atrapado en un ciclo de placer fácil, dificultando la desconexión y el regreso a la vida fuera de línea.
El psiquiatra Daniel Spritzer advierte sobre el carácter adictivo de este consumo, comparándolo con una adicción a las drogas, en la que el consumidor necesita dosis cada vez mayores para alcanzar el mismo nivel de satisfacción. Esta situación es especialmente alarmante en niños y adolescentes, cuyo cerebro continúa desarrollándose. El psicólogo Jonathan Haidt también relaciona el aumento de la depresión y la ansiedad entre los jóvenes con el uso excesivo de estas plataformas, que alimentan la insatisfacción y la baja autoestima al fomentar la búsqueda incesante de recompensas y aprobación social.

La psiquiatra Anna Lembke señala que estamos en una era de excesos, donde la búsqueda del placer digital contribuye a un estado colectivo de infelicidad. La "dopamina digital" que proporcionan los dispositivos móviles crea una adicción difícil de romper, generando un círculo vicioso de recompensa y búsqueda constante de más gratificación. Esto impacta directamente en la salud mental, como señala Gouveia (2000), mostrando que la necesidad de estar siempre conectado puede evolucionar hacia una ansiedad patológica, y el uso excesivo de las redes sociales puede conducir al aislamiento y la depresión.
Dado el panorama esbozado, queda claro que las redes sociales desempeñan un papel ambivalente en la vida cotidiana moderna, especialmente para los adolescentes. Si bien pueden ofrecer un espacio para la conexión y el intercambio, también presentan riesgos importantes cuando se usan de manera inapropiada. La realidad creada en las redes contrasta muchas veces con las expectativas, generando sentimientos de insuficiencia e inseguridad, especialmente entre los más jóvenes.
La responsabilidad de mitigar estos efectos recae tanto en los usuarios como en las empresas que gestionan estas plataformas. Las adaptaciones son necesarias para crear entornos digitales que promuevan el bienestar y eviten fomentar la dependencia y el uso excesivo. A pesar de los riesgos, las redes sociales no deben ser vistas solo como villanas; Tienen un potencial innegable de aprendizaje y crecimiento, siempre y cuando se utilicen de forma consciente e informada.
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